Siempre se ha dicho que la espiritualidad oriental está a años luz de la occidental. Tarde o temprano esa distancia se irá acortando, mientras tanto, vivimos el día a día, en cada lugar, en cada zona del planeta. Largas caravanas para llegar al trabajo, ríos de personas moviéndose por las calles, en el metro, en el coche o en los autobuses. Ríos de personas juntas pero aisladas cada una en su mundo, en sus problemas cotidianos. Abstraídos de los problemas de los demás. ¿Pero qué son realmente los problemas?, ¿llegar a fin de mes?, ¿insatisfacción en el trabajo que desarrolla cada uno?, ¿ver poco a tu familia, a tu mujer, a tus amigos, a tus hijos? Vivimos en un mundo en el que se inculca la competitividad en todo. La competitividad y tus propios problemas llevan al aislamiento, a la pérdida de empatía por los demás, al egoísmo, a la frustración por el fracaso. Quizá ese mundo idealizado, basado en poseer, nos ha llevado a ese desapego con nuestro prójimo y sólo...
“Es posible vivir el propósito de vida en la Tierra”. (Inmaculada Izquierdo)